Por Lorena Ramírez González
Después de celebrar el día del alumno en el Colegio Santa Teresita del Tuparro, esta se convirtió en una de las frases que cantaban los niños desde sus dormitorios (que cierran sus puertas después de la comida, entre 5:40 y 6:00 pm), cuando estaban en el kiosco o cuando llegábamos a la clase. La repetían dándole un toque personal, hasta irónico, muy contextualizado con una de las comidas más frecuentes del colegio, a la letra de la canción De dónde vengo yo de Choquibtown, que en aquella jornada dedicada a los estudiantes habían cantado los tres profesores provenientes del departamento del pacífico Colombiano.
Al recordar esta frase también se vienen a mi mente algunas tardes después de la comida, en las que uno o dos niños llevaban al hueco de la basura una carretilla cargada de latas de jamoneta (atún, salchicha o sardinas que vienen en la remesa); o cuando otros chicos cargaban la olla con lo que había sobrado para rematarlo en el dormitorio junto a amigos y compañeros. Pienso igualmente en los días en que la remesa, que envía cada dos o tres meses la Secretaría de Educación, se estaba acabando pues el camión se había retrasado, lo que suele pasar ante las condiciones de las carreteras (que se han visto afectadas por el paso de vehículos de carga pesada de las empresas de exploración petrolera que hacen presencia en la zona) y sobretodo en temporada de lluvia.
La remesa que se envía desde Villavicencio, con enlatados, granos y otros alimentos no perecederos, es la fuente principal para la alimentación de la población del internado. Lo que puede sonar un poco extraño en un lugar con unos espacios para el cultivo de diversas plantas comestibles y para la cría de animales, que aunque se utilizan no son actualmente una fuente de autosostenimiento. Un lugar rodeado por monte, sabana, caños y algunas comunidades que podrían contribuir a la alimentación del colegio garantizando un beneficio para ellas mismas; teniendo en cuenta que en muchos casos algunas personas de estas poblaciones han abandonado sus conucos ante las posibilidades de empleo ocasional que ofrecen las petroleras.
La posibilidad de que se acabara la remesa preocupaba a muchos niños, al rector, a los administrativos y a los profesores. Fue precisamente por esos días cuando para un almuerzo se mataron todos los pollos que se tenían en el colegio, respondiendo en parte a ese problema. El pollo al igual que la carne de cerdo o de res puede llegar a ser un acontecimiento en el internado, pues se come muy de vez en cuando, cada quince días o una vez al mes. Aunque las vacas, los pollos y los cerdos hacen parte de los proyectos productivos de los que se encargan los niños, sobre todo los mayores, no siempre se cuenta con los suficientes para alimentar a la población del colegio y menos para consumir este tipo de alimentos más frecuentemente.
Finalmente, con la llegada de la remesa también vienen las numerosas latas, cajas (parte de este cartón se reutilizó para la elaboración de materiales didácticos y pedagógicos en el proyecto desarrollado con los estudiantes en el 2011) y otros empaques que van a parar al hueco o basurero, ubicado detrás de los salones de clase, constituyéndose en los principales desechos que se producen en el internado.
Comenzar este texto con aquella frase Todo mundo come jamoneta, ajá me ha permitido escribir sobre algunas de las situaciones que se viven en el internado, que van desde la dependencia de la remesa hasta el problema de manejo de basuras y la necesidad de crear alternativas frente a estas realidades. Pero también quiero que sirva de pretexto para mencionar algunas de las acciones que tienen lugar en el Colegio Santa Teresita, de las ideas que circulan y que en el detalle generan pequeños cambios en este contexto.
Es así como quiero recordar el día del alumno y la noche de los mejores promedios académicos, cuando junto con los profesores y las señoras de la cocina servíamos los platos especiales de los estudiantes, que incluían carne y arroz con pollo, y se los llevábamos a sus mesas (generalmente un grupo de estudiantes le sirve a sus compañeros en su respectivo comedor). O pensar en los pequeños esfuerzos que hacían las señoras de la cocina por preparar y presentar algunos de los alimentos que les llegan de la remesa de maneras diferentes, más agradables para profesores y estudiantes ante una rutina que se vuelve repetitiva. O hablar del profesor del SENA, que junto con los estudiantes de grado décimo y once se encontraba trabajando en acondicionar el suelo de un espacio del internado (donde se encontraba la huerta cuando el Vicariato estaba a cargo del colegio, lo que cambió a principios del 2011 con el paso de la administración del colegio a la Secretaría de Educación) y sembrar caña, yuca y otras plantas. O mencionar la idea del rector de consolidar la campaña de reciclaje en el colegio (iniciada en el proyecto del 2011) y convertirse en pioneros del municipio en lo referente al buen manejo de las basuras, difundiendo la iniciativa en el pueblo, en otras escuelas y comunidades aledañas. Estos entre muchos otros ejemplos.
Todos, pequeños detalles, iniciativas y acciones que a nivel micro generan otras posibilidades para vivir y convivir en la rutina del internado, en donde creo que ese Todo mundo come jamoneta, ajá, y lo que podemos asociar a esta frase, se puede cambiar con la recursividad, los conocimientos y la creatividad que se encuentra en los estudiantes, los profesores y otros habitantes del colegio. Asimismo, considero que la construcción de esa Tierra Bonita, Pe Jania Ira, en la que algún día pensábamos con los niños de sexto B cuando estábamos decidiendo el nombre de la campaña de reciclaje, debe empezar en el ahora, imaginándola no solo para un futuro, sino en y para el presente, en la vida en el colegio y en los entornos donde este puede tener incidencia.