La bienvenida

Por Julián Peláez

Cumaribo es un pueblo de trotamundos, de personas que viven su vida lejos de donde la comenzaron. Por eso la memoria del pueblo está constituida por el recuerdo de otros lugares. Fragmentos de la historia nacional marcan las trayectorias que los llevaron hasta este punto en la llanura. No hizo falta mucho tiempo para comprender esto: apenas habíamos acabado de llegar y yo aún pasaba el guayabo de una noche de fiesta de estudiante universitario capitalino cuando me estrellé con el cambio de realidad.

Esto fue lo que registré en mi primera tarde en el Vichada, lo dejo tal cual lo escribí entonces.

Diario de Campo. Piramirí, Vichada
Viernes 16 septiembre 2011

1:05 AM
Llegué a casa después de una noche presurosa. Me bañé, arreglé maleta —no sin dificultad— y tomé un taxi.

3:54 AM
Todos en el terminal esperaban mi llegada, afortunadamente aún faltaba Eliana. Tomamos un colectivo con destino a Villavicencio.

7:00 AM
Despertamos con el sonido visceral de Carlos Páez, quien hizo parar el colectivo para vomitar. Afortunadamente estábamos llegando. Luego vino el engorroso procedimiento para abordar el avión, primero con la cuestión del equipaje y después el papeleo.

9:40 AM
¡Al fin! Subimos al avión de carga, un viejo DS-3 que cumplió un papel protagónico durante la Segunda Guerra Mundial, trasportando las tropas. El viaje fue curioso, Chávez no paraba de gritar: ¡uy!, ¡nos elevamos!, ¡la llanura!, ¡el río!, ¡las nubes!, ¡turbulencia!, ¡carreteras!, ¡onces!, ¡eL AMAZONAS!... Disfruté como niño observando la marcha de las miles de motas de algodón sobre el cielo de la llanura. Me sorprendió lo caprichoso de los meandros del Vichada, con sus bosques de galería sobre la sabana y las distancias entre los asentamientos humanos que parecen ser sondeables solo a través del agua.

11:00 AM
Llegada al aeropuerto de Cumaribo.

1:00 PM
Almorzamos en uno de los numerosos restaurantes que junto a bares y discotecas, llenan el pueblo. El menú similar a un “corrientazo” en Bogotá, la novedad era la fariña. En la tarde conocimos a Eduar*, el dueño de una miscelánea en el pueblo. Nos contó su historia.

Él es oriundo de Chocó. Creció siendo muy rebelde, “lo que no me gustaba, lo decía”, cuenta. A los 19 años tuvo una experiencia que decidió en gran parte su suerte. A principios de los noventa las FARC controlaban la zona donde Eduar vivía: “ellos mandaban, tocaba que pedirles permiso pa’todo”. Con 19 años de edad, Eduar quería estudiar en la universidad a distancia. Pidió, entonces, permiso a alias “Diego”, comandante de la zona. Luego, Eduar salió en una balsa con un par de mujeres, iban río arriba cuando los hizo detenerse un bote rápido en el cual viajaban guerrilleros. Les ordenaron presentarse, identificarse y luego les notificaron que no tenían permiso para transitar el río. Le pidieron apagar el motor y entregar las llaves pero él, ofuscado, alegó con ellos y arrojó las llaves al río. Empezó después a forcejear con uno de los tres guerrilleros y cayó al agua con él, donde lo desarmó. Luego de un fugaz intento de escapatoria lo atraparon y llevaron a la selva, donde permaneció amarrado contra un árbol durante dos días. Creyéndose muerto, el negro era altivo y oneroso con sus captores.

Eduar era rehén junto a una veintena de hombres a quienes, en el transcurso de esas aterradoras 48 horas, fueron matando uno a uno en juicios extrajudiciales. Eduar observó cómo los guerrilleros “ajusticiaban” también a su propio combatiente, aquel con el cual él había luchado; al parecer el guerrillero ya había cometido varias arbitrariedades bajo el emblema de la revolución.

Frente al comandante, Eduar expuso su vida, su familia, sus actividades, recuerdos, temores y deseos, y al final salió con vida pero con una advertencia que tantos en este país han escuchado: “usted se tiene que ir, no queremos volverlo a ver por aquí”. Atrás quedó el Chocó selvático, Eduar aprendió a vivir en la metrópoli capitalina. Finalmente, después de un rápido ascenso y declive en el mundo del comercio de los maderables, se encontró nuevamente “vaciado”. Fue allí cuando aceptó la propuesta de un primo que trabajaba en el Vichada para que fuera, “que eso hay plata por todos lados”, y aunque al llegar no encontró tal, concluye Eduar diciendo: en el Vichada las cosas tampoco son fáciles pero aquí he hecho mi vida.         

Ahora nos toca a nosotros conocer cómo son las cosas en el Vichada.

* Por motivos de seguridad se presenta un nombre falso.