Extracto de diario de campo 1

Por Marcela Cely Santos

Domingo 10 de abril de 2011.
Institución Educativa Theodoro Weijnen/Misión Resguardo "La Pascua". 
La Primavera, Vichada, Colombia.

Es nuestro segundo domingo en la Misión. El internado está medio vacío porque muchos chicos pasan los fines de semana con sus padres, quienes los recogen los al terminar las clases, viernes o sábado (cada quince días hay clases los sábados en la mañana). Quienes se quedan tienen también un horario para hacer distintas actividades… asearse, estudiar, jugar, ir a una celebración de la palabra (no misa porque el Hermano que está en la Misión no es sacerdote como tal y no puede oficiar eucaristías). Todas esas actividades son también dirigidas y custodiadas por los profesores, que se turnan cosas como cuidar las filas de las comidas, llevar a los niños y niñas al caño para asearse, dirigir el aseo y demás. Domingo día de descanso… En nuestro caso esperábamos dormir hasta tarde, poder hacer “otras cosas”. Sin embargo aquel día los profesores tenían una actividad pedagógica, así que nos hicimos cargo de los estudiantes durante la jornada de la mañana.

Era impresionante ver cómo ellos saben exactamente cómo responder ante sus horarios. Al despertar deben ir al caño a refrescarse y/o a lavar, luego deben ir a desayunar y saben exactamente cómo hacer cada cosa, con qué orden, a qué tiempos. En las actividades que pretendíamos desarrollar durante el tiempo libre de los estudiantes podíamos ver cómo muchos van sembrando la pena por jugar como niños pero cómo otros no la han acogido. Era bonito ver a un chico de grado once haciéndose cargo de unos pequeñines y jugando con ellos hasta el cansancio; ver que los niños veían en este chico a una autoridad en ese momento, quizá más respetada que incluso la figura de un profesor.

Fuimos a San Theodoro en la tarde. Es un caserío que dejó el negocio de la coca, que queda a unos quince minutos en moto o en carro y al triple o cuádruple de tiempo si se quiere caminar, por la dificultad del terreno y lo hostil del clima. Como no teníamos otro medio de transporte decidimos caminar y a buen paso nos tomamos alrededor de una hora y media.

Al llegar de San Theodoro caía la noche sobre el internado. Llegamos justamente en las horas de baile de los chicos, que cuentan con este espacio generalmente cada quince días, es decir, cada que los sábados no hay clase y que en el transcurso del día hay un buen comportamiento. El baile es en la cancha del colegio. Muchos de los chicos vestían elegantes. Era curioso ver cómo les gusta bailar agregados, esto es, en parejas pero todas las parejas en conjunto solo a uno de los lados de la cancha, no ocupándola toda. Pasamos un momento a verlos y a saludar, y poco después tocaron la campana porque la actividad ya finalizaba. Me impresiona ver el poder condicionador de la campana. Es como si hubieran sido domesticados y el sonido de una campana fuera el símbolo de la domesticación. Suena la campana.