Quizás uno de los grandes retos que tuvimos junto con los niños, niñas y jóvenes del colegio Santa Teresita del Tuparro fue el escribir. A la mayoría no les gustaba o sentían que no eran capaces, muchos creían que lo hacían mal, y por pereza o desconfianza no se daban el chance de intentarlo y esforzarse porque resultara.
La comunidad de Boponé está ubicada a una hora y media de la cabecera municipal de Cumaribo, recorriendo parte del río Vichada. De allí provienen algunos de los niños que estudian en Santa Teresita. |
Hablar del proceso de escritura me lleva a pensar en la forma como se desarrollaron estas actividades con tres niñas sikuani que venían de la comunidad de Boponé, de sexto grado, con quienes trabajamos en la elaboración de un juego informativo sobre el agua. Al principio la labor parecía algo complicada para ellas, pues les costaba exponer sus ideas en un texto escrito, sobre todo en español (teniendo en cuenta que su primaria la vivieron en la escuela satélite de su comunidad, en un contexto diferente donde el sikuani es el lenguaje principal para comunicarse); y también les resultaba difícil contármelas a mí, una persona recién llegada al internado, a quien hasta ahora estaban conociendo.
Sin embargo, a medida que fueron pasando las clases y fuimos compartiendo más tiempo, mientras yo las acompañaba en su proceso de escritura ellas me enseñaban cómo era la vida en su comunidad, algunos nombres en sikuani de sitios (los caños Marümarü y Weukusia, las lagunas Tsaporo y Tumasiba ) y la forma correcta de pronunciarlos. A pesar de que plasmar las ideas en un papel les puede parecer aburrido y un poco complicado, no solo a los niños indígenas sino también a los colonos, campesinos o mestizos (como se llaman a sí mismos los otros chicos), hablar y contar sus historias, una vez tienen la confianza, les resulta divertido y hasta interesante.
Pasar de lo que hablan, de todo aquello que saben y cuentan, al papel era el siguiente paso. Con las “niñas Boponé” —como yo las llamaba cuando ya teníamos confianza, a lo que ellas respondían con risas— trabajamos con preguntas puntuales a partir de lo que me habían contado. Ellas las contestaban de forma colectiva en una hoja (las tres eran muy unidas al ser de una misma comunidad) y luego cada una construía uno o dos párrafos con información que ya tenía presente.
Fue así como trabajamos la escritura, a partir de las experiencias de los chicos y las chicas, en ejercicios en los que ellos y ellas utilizaban sus vivencias como elementos que les enriquecían y facilitaban el proceso, lo hacían más agradable y propio; teniendo en cuenta que poco gustan de desarrollar esta actividad pero que tienen muchas ideas, conocimientos y un gran potencial creativo para hacerlo. Lo anterior se hacía evidente cuando utilizaban el lenguaje oral, cuando conversaban entre ellos o con nosotras de tantas historias, experiencias, que solo ellos como habitantes de esa región pueden contar.
Es así como esa tarea de escribir, más allá de lograr un texto correctamente redactado (con la ortografía y la gramática adecuada), se convirtió en un proceso por medio del cual los estudiantes fueron creyendo que tenían mucho que aportar desde sus historias, desde sus conocimientos. Chicos y chicas fueron afirmando, en cierta forma, su confianza en sus capacidades, en ellos mismos; viendo que lo que vivían y conocían lo podían compartir también a través de un escrito, en sikuani y en español, con sus compañeros y profesores.
Es precisamente uno de los fines del colectivo, a través de este blog, crear un espacio para que ellos y ellas cuenten esas historias y esas versiones locales de lo que se vive en los colegios, en sus comunidades, en sus territorios, incentivando a su vez procesos de escritura propia. Pero también es un espacio para que se manifiesten y expresen a través de dibujos, videos, sonidos y pinturas esas versiones e iniciativas locales que niños, niñas, jóvenes y profesores crean y recrean en sus vidas cotidianas en el Vichada.